miércoles, 2 de junio de 2010

- Sin Destino - (Imre Kertész)





Sin destino no es otra novela más sobre campos de exterminio, sino que va más allá de la mera descripción de los ambientes, condiciones o estilo de vida propio de las víctimas del holocausto, para reflejar la parte más humana, y evolutiva, de György, un joven de 14 años que narra, a través de su experiencia, el largo tiempo que vivió entre diferentes campos de concentración. Lo primero que me sorprendió del libro es la cruda frialdad y la aparente inocencia con la que se describen todos los sucesos, a veces en un tono un tanto irónico, hasta el punto que me hizo pensar si el personaje realmente no entendía lo que sucedía a su alrededor o si, con una estrategia básica de astucia, intentaba soportar el peso del futuro inminente esquivándolo con una forzada ignorancia.

Al principio quería enfocar este comentario desde la evolución que yo veía en el personaje, pero luego me di cuenta que quizá se quedarían demasiadas cosas en el tintero. Aún así, creo que es necesario que exprese, al menos desde mi punto de vista, la evolución, en diversas dimensiones, que observé del protagonista.
Desde el punto de vista afectivo, casi hasta la mitad del libro György no muestra ningún sentimiento afectivo hacia nadie, de hecho parece que ni se sienta miembro de su familia y que desprecie a los “suyos”, incluso ante la partida de su padre, igual que sucede en su vida en el campo con los compañeros, que pese a tener una buena amistad jamás trasciende más allá de un simple interés mutuo.
Sólo hacia la mitad de la novela es cuando empieza a mostrar unos estados de ánimo y unos sentimientos que hasta el momento no había experimentado. Por ejemplo, el momento en el que empieza a darse cuenta de que todos los días son iguales y se le quitan las ganas de ser un “buen preso”, o cuando empieza a sentir compasión por alguno de sus compañeros, aunque a parte de sentimientos adversos también experimenta, ya casi al final de la novela, un momento de paz interior, al creer que por fin va a morir, y manifiesta que es “la primera vez que siento amor”.

Otra evolución, en parte lógica y necesaria para poder sobrevivir, es la de la astucia que va desarrollando en los campos. Aprende a ponerse al final de la fila para tener la parte de sopa más espesa, también a ponerse detrás de los demás presos cuando saben que les van a golpear, así los golpes que recibe son de menor brutalidad que los anteriores por el cansancio de los policías, o presos puestos al mando. Hay varios ejemplos de estas estrategias que va adquiriendo que siempre conllevan hacer que otro preso lo pase peor que él, hecho que muestra que, pese al aparente compañerismo, lo que reinaba era el individualismo, ya que el hecho de mostrar debilidad o querer ayudar a los demás siempre conllevaba peores repercusiones para uno mismo, así que la salvación de uno mismo casi siempre obliga a la destrucción de otro.

Otro punto que me ha parecido impactante es que György nunca se siente un preso, él siempre piensa que es, en cierto modo, libre, así que ni cuando se pone el traje de preso se siente como los demás. Cree que todo eso pasará y que un día u otro acabará volviendo a casa, aunque no sea así. Esta actitud la veo como un mecanismo de autodefensa o autoengaño para poder ir superando el día a día. Él mismo dice que todos los días le parecían iguales, y que uno no podía estar pensando objetivamente en su situación porque acabaría suicidándose, y por eso mismo condena a los que lo hacen tachándoles de cobarde y de ansiosos. Le parece inverosímil que alguien se pueda suicidar allí, cree que es algo precipitado, precisamente porque se debe tener la esperanza en el mañana.

György parece que no se de cuenta de nada, aunque en realidad lo que hace es evadirlo astutamente para no caer en un pensamiento oscuro del que no pueda escapar. Hay varios momentos clave en la novela que le hacen ver la realidad, aunque aparentemente sigue narrándolo y viviéndolo con la frialdad que le caracteriza. Por ejemplo, el momento en el que se da cuenta de que ese humo negro, acompañado por un hedor insoportable, son sus compañeros quemados. Aún sabiéndolo, intenta pensar que es porque murieron de forma natural y los quemaron, y más adelante piensa que es porque no eran aptos para trabajar.
György está tan sometido y sumiso al sistema y a la forma de vida de los campos de exterminio, que parece que todo sea normal. Es como cuando nuestra sociedad avanza y vemos cosas del pasado que nos parecen una aberración pero que en su momento no lo eran, que las veíamos normales en ese contexto. Él, al entrar tan joven en los campos, y al producirse los cambios en su forma de vida de una forma tan gradual (como él describe) ve como normal cualquier situación, aunque sea relacionado con la poca comida, el exceso de trabajo, el asesinato… y yo creo que aquí se encuentra la clave de su “ignorancia”, porque no puede ver la situación desde fuera, por lo tanto no puede valorarla objetivamente y diferenciar lo que está bien (o es normal) de lo que no está bien.

Al principio de la novela, György ya muestra su descontento con tener que llevar una estrella amarilla para que los demás sepan que es judío, por eso cuando va al “campo de trabajo” (eufemismo utilizado para camuflar la crueldad y la realidad de los campos de exterminio) está más preocupado de ser un buen preso que de si llegar a casa para la hora de cenar. Esta motivación por mostrar a los hombres uniformados que los judíos también pueden trabajar bien, lo mantiene “distraído” durante gran parte de su viaje, en parte gracias a su orgullo, hasta que poco a poco va entendiendo mejor la situación y ya no necesita demostrar nada. A partir de entonces es cuando empieza a ofuscarse y a pensar en la crudeza de la realidad, aunque poco a poco consigue evadirse gracias a la imaginación, que él dice que es lo único que puede ayudarle a estar fuera del campo sin tener que estar allí.

También es curioso como los presos, sumisos y obedientes, cumplen con todo lo que les ordenan y se meten ellos solos “en la boca del lobo”, como el momento que las filas avanzan por si solas hacia las duchas, cegados por los brillantes trajes de sus superiores. También se vuelven obedientes porque saben que cualquier acción que realicen fuera de lugar repercutirá en el grupo, y eso tendría represalias para él también por parte de sus compañeros. Este sistema, junto al hecho de otorgar cargos superiores a algunos presos (aunque sigan siendo simples presos) y que se sientan con poder por encima de los demás, hace que ese mismo sistema se auto-regule por si solo. Me parece un sistema espectacular y perverso, pero creo que es, en parte, uno de los cimientos de que los presos sean tan obedientes y se sometan a cualquier orden en esa situación. La falta de información de los presos también ayuda a esta obediencia ya que se sienten como perdidos, como si no supieran exactamente para qué trabajan, ni cuánto tiempo ni para quién, así que cada cierto tiempo el ejercito nazi va dando información (normalmente falsa y a medias tintas) con cuentagotas para ir dando unas esperanzas irreales a los “trabajadores”. Esto es lo que los mantiene con vida, pensar en lo que pueda pasar y mantener la esperanza.
Esta desinformación también viene propiciada por la burocratización del sistema, que hace que ni los altos cargos tengan claro qué están haciendo ni para qué, como el momento en que interceptan el autobús en el que viaja György. Esos policías tampoco tienen muy claro por qué les paran, ni durante cuánto tiempo, ni si van a acabar todos en la sudhcas, pero simplemente se limitan a cumplir ordenes, unas órdenes que no les hacen sentir mal porque no son acciones directas, pero forman parte del maquiavélico engranaje que hizo girar la despiadada máquina del holocausto.

La parte más enriquecedora, sin dudarlo, es el momento de retorno a casa, donde las reflexiones individuales y las provocadas por el periodista, permiten al lector extraer sus propias conclusiones a través de algunas frase que, para mi, han sido clave.
Una de ellas ha sido cuando pensando se dice que “ya no podré volver a ser libre”. Me ha impactado muchísimo la fuerza que tiene esta frase justamente en ese contexto y que, si no hubiera leído el libro viajando por la evolución del personaje y del relato, parecería incluso cómica, de ahí supongo que viene la incomprensión del periodista. El hecho de tener que volver a casa y enfrentarse de nuevo a la vida real, a sus obstáculos, a los demás individuos que forman una sociedad desequilibrada económica y moralmente, a la ambición de las personas que lo único que hace es limitar su libertad y desvalorar lo que tienen, atrapados en objetivos y metas inagotables que les hacen vivir en el futuro y recorrer siempre el mismo camino hacia la infelicidad, son los que le deben haber impulsado a decir esa frase.
“La vida allí era más fácil”, sin duda, y sólo tenían que preocuparse por el presente y por lo que para nosotros serían nimiedades que, en se contexto, le hacían sentir cualquier cambio o cualquier novedad con un amor que jamás había experimentado, sin dejar de lado el potente deseo de la esperanza, que para mi no va ligado de la ambición. En su vida en el campo no perseguía nada, sino que “las cosas llegaban, pero nosotros también avanzábamos”.

Para terminar, quisiera relacionar una frase del libro con unos de los autores que he estado leyendo este curso paralelamente, Jiddu Krishnamurti, y ha sido la de “si existe destino no puede existir la libertad”. Esta frase, que en parte da nombre al título del libro, viene a ser lo mismo que he mencionado más arriba, donde la obsesión por un destino, a menudo idealizado e inalcanzable, sesga y limita indudablemente cualquier esbozo de libertad y, aunque quizá no venga al caso, es lo que repite Krishnamurti una y otra vez en sus libros y conferencias: perseguir un destino es limitarse y, por lo tanto, no poder ser libre.

A modo de conclusión, creo que para mi ha sido un libro muy provechoso, no tanto por haberlo leído yo solo en casa, sin querer subestimarme, como por haberlo podido comentar en clase junto a mis compañeros que, sin duda, me han dejado profundizar más en ideas que se me habían pasado por alto o que no hubiera relacionado sin el intercambio de ideas e impresiones con los demás.